“Las aceras, sus usos adyacentes y sus usuarios son partícipes activos en
el drama de la civilización contra la barbarie que se desarrolla en las
ciudades ”. (Jane Jacobs)
Ayer me preguntaban en Twitter hasta qué punto la
estética de las aceras influía en nuestra relación con la ciudad y cómo la
percibimos. Difícil responder a tal pregunta en 140 caracteres, así que
intentaré exponer aquí mi punto de vista sobre el tema, un asunto que acotaré
al máximo centrándome únicamente en cuestiones de aspecto y diseño,
ciñéndome a la acera como ese espacio destinado al tránsito peatonal,
lugar de encuentro e interación, condensador de actividades, conflitos,
intercambios... pero a fin de cuentas vector que canaliza el flujo peatonal en
la calle de configuración "tradicional" (acera-calzada-acera) Esa
plataforma que discurre entre el frente edificado y el espacio destinado al
tráfico motorizado. Así que vamos a olvidarnos de las plazas, de los lugares
estanciales, de los vacíos difícilmente clasificables y de soluciones más
complejas que se pueden analizar, entender, explicar y resolver de múltiples
maneras, lo que nos ocuparía demasiado tiempo.
La acera probablemente sea el elemento con mayor
fuerza y capacidad a la hora de asimilar el espacio urbano por parte del viandante
al convertirse en soporte de una suma de experiencias espacio-temporales que de
manera consciente e inconsciente van configurando nuestra percepción de la
ciudad y nuestra relación con ella, así que aunque a priori parezca un tema
menor, no creo que sea poco importante obviar cómo, por qué y de qué manera
influye la configuración física de este elemento en ese proceso de asimilación
y configuración espacial que tanto de manera individual como colectiva todo
habitante de la ciudad desarrolla.
Así que antes de mirar la ciudad desde las aceras,
miremos cara a cara a las aceras e intentemos descifrar qué nos quieren contar.
"Bajo los adoquines no hay arena de playa"
Tal vez llegamos a esa frustrante conclusión tras el
Mayo Francés, pero mereció la pena llegar a ella y gracias a las reflexiones y
estrategias que pocos años antes gente como Guy Debord y el movimiento
Internacional Situacionista desarrollaron, ayudaron a tomar conciencia en la
cuestión perceptiva de la ciudad, aunque fuese desde un punto de vista
revolucionario y como reacción a esa "sociedad del espectáculo" y a
esa monotonía que invadía la ciudad. Esa búsqueda de nuevas maneras de entender
el espacio a través del juego, la deriva y el afán de encontrar otro lenguaje
para entender el urbanismo, no descubrió, ni la inventó, pero sí acabó de
sentar las bases de lo que llamamos "psicogeografía", esa disciplina
centrada en estudiar de qué manera influye en nuestras emociones y en nuestro
comportamiento el espacio urbano que percibimos y experimentamos.
Así que tal vez no haya arena bajo los adoquines, pero
sí seamos capaces de sentirnos y comportarnos como si la hubiese bajo ciertas
circustancias.
La acera puede convertirse en el reflejo de una época y a la vez en el
símbolo de una ciudad. Imaginad que el pavimento de las aceras de vuestra calle
fuese literalmente una extensión del de vuestra propia casa. Así se sentían los
habitantes de la Casa Batlló y de la Pedrera al poner el pie en el Paseo de
Gracia y contemplar estas losetas diseñadas por Gaudí allá por 1904 y que con
el paso del tiempo se han convertido en un icono de Barcelona.
Del
mismo modo basta mirar al suelo para saber que uno camina por las calles del
ensanche barcelonés al contemplar las características losetas hidráulicas de
flores del arquitecto Josep Puig i Cadafalch. Una
solución de principios del siglo XX que daba respuesta a un problema funcional
y que hoy forma parte del imaginario colectivo de todos los barceloneses.
¿Acaso alguien imagina la explanada de España de Alicante con otra
pavimentación diferente a la de sus características teselas formando
ondulaciones en tres tonalidades? Éste es un caso evidente de cómo el diseño
del pavimento influye en el imaginario colectivo de una ciudad.
Y ¿Qué sería de Lisboa sin sus resbaladizas aceras?
Tal vez sea la ciudad más fácilmente identificable mirando únicamente al suelo.
Incluso las grises y anodinas aceras neoyorkinas devienen en elementos
fácilmente identificables cuando se cuela el vapor por las rendijas de las
alcantarillas.
La acera puede convertirse también en
un elemento unificador cuando nos enfrentamos a un entorno urbano inconexo y
heterogéneo. No sólo eso, sino que además puede hacernos conscientes del lugar
que ocupamos y facilitarnos la lectura del espacio urbano. Podemos encontrar un
ejemplo en el proyecto de Carlos Ferrater y Xavier Martí Galí para el
Paseo Marítimo de la Playa de Poniente de Benidorm:
Remodelación del Passeig Sant Joan.
Lola Domènech.
El propio diseño de la acera puede condicionar también nuestra manera de desplazarnos y de ocuparla. La dureza o no del pavimento (amén de dar mejor respuesta a problemas de índole funcional como asumir el ciclo del agua o albergar el necesario verde urbano) determina nuestra velocidad, nuestra posición o nuestras sensaciones, incluso a través de experiencias sensoriales olfativas.
Y por dar una respuesta más concreta
a lo planteado en Twitter, podemos decir que sí; que el color, el diseño, el
tamaño de las baldosas, el material, su textura, su capacidad para reflejar o
absorber la luz, su estado de conservación, los ritmos marcados a través del
despiece, la presencia o no de charcos o la repetición de motivos geométricos,
condicionan nuestra manera de entender y experimentar la ciudad.
Y lo más importante si queremos
entender la ciudad es volver a ser lo que fuimos, así comprobaremos que las
aceras condicionan nuestra percepción y nuestro estado de ánimo y que aunque no
seamos muy conscientes de ello, llevamos toda la vida relacionándonos con
ellas, a pesar de esa fina barrera física que nos separa en la suela de
nuestros zapatos:
Y para terminar (como no) una canción para dar sonido a esta entrada del blog: