domingo, 18 de septiembre de 2016

Aceras

“Las aceras, sus usos adyacentes y sus usuarios son partícipes activos en el drama de la civilización contra la barbarie que se desarrolla en las ciudades ”. (Jane Jacobs)

Ayer me preguntaban en Twitter hasta qué punto la estética de las aceras influía en nuestra relación con la ciudad y cómo la percibimos. Difícil responder a tal pregunta en 140 caracteres, así que intentaré exponer aquí mi punto de vista sobre el tema, un asunto que acotaré al máximo centrándome únicamente en cuestiones de aspecto y diseño,  ciñéndome a la acera como ese espacio destinado al tránsito peatonal, lugar de encuentro e interación, condensador de actividades, conflitos, intercambios... pero a fin de cuentas vector que canaliza el flujo peatonal en la calle de configuración "tradicional" (acera-calzada-acera) Esa plataforma que discurre entre el frente edificado y el espacio destinado al tráfico motorizado. Así que vamos a olvidarnos de las plazas, de los lugares estanciales, de los vacíos difícilmente clasificables y de soluciones más complejas que se pueden analizar, entender, explicar y resolver de múltiples maneras, lo que nos ocuparía demasiado tiempo.

La acera probablemente sea el elemento con mayor fuerza y capacidad a la hora de asimilar el espacio urbano por parte del viandante al convertirse en soporte de una suma de experiencias espacio-temporales que de manera consciente e inconsciente van configurando nuestra percepción de la ciudad y nuestra relación con ella, así que aunque a priori parezca un tema menor, no creo que sea poco importante obviar cómo, por qué y de qué manera influye la configuración física de este elemento en ese proceso de asimilación y configuración espacial que tanto de manera individual como colectiva todo habitante de la ciudad desarrolla.

Así que antes de mirar la ciudad desde las aceras, miremos cara a cara a las aceras e intentemos descifrar qué nos quieren contar.




"Bajo los adoquines no hay arena de playa"


Tal vez llegamos a esa frustrante conclusión tras el Mayo Francés, pero mereció la pena llegar a ella y gracias a las reflexiones y estrategias que pocos años antes gente como Guy Debord y el movimiento Internacional Situacionista desarrollaron, ayudaron a tomar conciencia en la cuestión perceptiva de la ciudad, aunque fuese desde un punto de vista revolucionario y como reacción a esa "sociedad del espectáculo" y a esa monotonía que invadía la ciudad. Esa búsqueda de nuevas maneras de entender el espacio a través del juego, la deriva y el afán de encontrar otro lenguaje para entender el urbanismo, no descubrió, ni la inventó, pero sí acabó de sentar las bases de lo que llamamos "psicogeografía", esa disciplina centrada en estudiar de qué manera influye en nuestras emociones y en nuestro comportamiento el espacio urbano que percibimos y experimentamos.

Así que tal vez no haya arena bajo los adoquines, pero sí seamos capaces de sentirnos y comportarnos como si la hubiese bajo ciertas circustancias. 




La acera puede convertirse en el reflejo de una época y a la vez en el símbolo de una ciudad. Imaginad que el pavimento de las aceras de vuestra calle fuese literalmente una extensión del de vuestra propia casa. Así se sentían los habitantes de la Casa Batlló y de la Pedrera al poner el pie en el Paseo de Gracia y contemplar estas losetas diseñadas por Gaudí allá por 1904 y que con el paso del tiempo se han convertido en un icono de Barcelona. 




Del mismo modo basta mirar al suelo para saber que uno camina por las calles del ensanche barcelonés al contemplar las características losetas hidráulicas de flores del arquitecto Josep Puig i Cadafalch.  Una solución de principios del siglo XX que daba respuesta a un problema funcional y que hoy forma parte del imaginario colectivo de todos los barceloneses.





¿Acaso alguien imagina la explanada de España de Alicante con otra pavimentación diferente a la de sus características teselas formando ondulaciones en tres tonalidades? Éste es un caso evidente de cómo el diseño del pavimento influye en el imaginario colectivo de una ciudad. 




Y ¿Qué sería de Lisboa sin sus resbaladizas aceras? Tal vez sea la ciudad más fácilmente identificable mirando únicamente al suelo. Incluso las grises y anodinas aceras neoyorkinas devienen en elementos fácilmente identificables cuando se cuela el vapor por las rendijas de las alcantarillas.

La acera puede convertirse también en un elemento unificador cuando nos enfrentamos a un entorno urbano inconexo y heterogéneo. No sólo eso, sino que además puede hacernos conscientes del lugar que ocupamos y facilitarnos la lectura del espacio urbano. Podemos encontrar un ejemplo en el proyecto de Carlos Ferrater y Xavier Martí Galí para el Paseo Marítimo de la Playa de Poniente de Benidorm:


Remodelación del Passeig Sant Joan. Lola Domènech.

El propio diseño de la acera puede condicionar también nuestra manera de desplazarnos y de ocuparla. La dureza o no del pavimento (amén de dar mejor respuesta a problemas de índole funcional como asumir el ciclo del agua o albergar el necesario verde urbano) determina nuestra velocidad, nuestra posición o nuestras sensaciones, incluso a través de experiencias sensoriales olfativas.




Y por dar una respuesta más concreta a lo planteado en Twitter, podemos decir que sí; que el color, el diseño, el tamaño de las baldosas, el material, su textura, su capacidad para reflejar o absorber la luz, su estado de conservación, los ritmos marcados a través del despiece, la presencia o no de charcos o la repetición de motivos geométricos, condicionan nuestra manera de entender y experimentar la ciudad.



Y lo más importante si queremos entender la ciudad es volver a ser lo que fuimos, así comprobaremos que las aceras condicionan nuestra percepción y nuestro estado de ánimo y que aunque no seamos muy conscientes de ello, llevamos toda la vida relacionándonos con ellas, a pesar de esa fina barrera física que nos separa en la suela de nuestros zapatos: 




Y para terminar (como no) una canción para dar sonido a esta entrada del blog: